A primeros de agosto de 1936, las tropas de África, que apoyaban a los golpistas del 18 de julio, iniciaron su marcha, desde Sevilla, en dirección a Madrid, se apoderaron inicialmente de Mérida, una de las ciudades en las que tenían mayor interés, ya que les permitía conectar el norte con el sur de las zonas del bando sublevado. Después entraron en Badajoz, donde los fieles a la República habían defendido la ciudad en los primeros momentos del golpe. Las tropas rebeldes, fuertemente armadas consiguieron la rendición de los obreros que defendían al Gobierno legítimo. A la rendición de los republicanos siguió una represalia colectiva, con una feroz y cruel matanza, a las órdenes del teniente coronel Yagüe, que a partir de ese momento se le conocería como «El Carnicero de Badajoz».
Para saber si los vecinos habían luchado en defensa de la República, les quitaban la camisa y comprobaban si tenían alguna señal en el hombro, que podría haber sido causada por la culata de los fusiles, una vez identificados eran ejecutados en el acto. Otros muchos los subían a los camiones para su fusilamiento en la Plaza de Toros. La mayoría eran campesinos, que se sentían humillados por los caciques, también eran apresados para su ejecución los agricultores que habían ocupado tierras improductivas de los terratenientes. Los grupos de hombres, atados como perros de caza, eran empujados al ruedo para blanco de las ametralladoras que, bien emplazadas, los destruían con ráfagas implacables. Una verdadera masacre.
Se habían distribuido invitaciones para ver el espectáculo de las ejecuciones en la Plaza de Toros, los espectadores aplaudían o reían, como si la escena fuese de regocijo y alegría. Desde el que recorría la plaza malherido, sin otra atención que la del dolor de sus entrañas abiertas, hasta el que se plantaba, con el puño en alto, frente a las ametralladoras, dando vivas a la República. Todos dejaban en las retinas impasibles de los ejecutores y de los invitados la imagen permanente de su tortura.
A los periodistas no les dejaron entrar durante las matanzas, los días posteriores, con los cuerpos amontonados, pudieron ver horrorizados lo que allí había pasado, por lo que redactores como el portugués Mario Neves, que fue el primero en entrar a Badajoz después de la carnicería, transmitió a todo el mundo, a través del Diario de Lisboa las escenas de horror que se encontró en la calle. Algunos artículos fueron censurados por Oliveira de Salazar, el dictador que gobernaba Portugal, en esos momentos. Badajoz fue la población con mayor número de muertos, con relación a su población, durante la guerra.
John T. Whitaker, del New York Herald Tribune, preguntó a Yagüe sobre lo sucedido, este le contestó: «Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Qué iba a llevar 4.000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?»
No se ha podido determinar el número exacto de muertos, las cifras son muy diferentes en función de los historiadores, pero en ningún caso son menos de 2.000 las personas que fueron ejecutadas sanguinariamente, en dos días, 13 y 14 de agosto de 1936, en Badajoz.
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