En 2015, la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, cuya finalidad principal es la de mejorar la vida de todos, sin dejar a nadie atrás.
La Agenda cuenta con 17 Objetivos, que van desde la erradicación de la pobreza y el hambre, hasta la paz y la justicia; pasando por la salud y el bienestar, la educación de calidad, la igualdad de género, así hasta 17. No obstante hoy me detendré sólo en uno de ellos, concretamente el número 11 cuyo objetivo es el de ciudades y comunidades sostenibles, ya que la mitad de la humanidad se concentra en ciudades, y seguirá creciendo en los próximos años, sin embargo las urbes ocupan solamente el 3% de la superficie terrestre.
En las ciudades el consumo de energía representa entre el 60 y el 80% del total, y las emisiones de carbono llegan al 75%, lo que hace de ellas un foco importante de contaminación, por las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que contribuye de forma importante a deteriorar la salud de sus habitantes.
Madrid lleva al menos 10 años sobrepasando los límites legales de dióxido de nitrógeno, que indica la legislación europea, y con buen criterio el Ayuntamiento elaboró un proyecto cuya finalidad era la reducción de los índices de contaminación atmosférica, principalmente con la reducción de vehículos en la zona centro, dando prioridad al transporte público. Una zona más habitable, donde los ciudadanos puedan pasear en un ambiente más saludable y donde otros medios de comunicación, como la bicicleta tengan mayor espacio.
Las ciudades que debieran estar concebidas para el bienestar de las personas, en muchas ocasiones se proyectan para que puedan circular muchos coches, circulen con cierta rapidez y haya pocos atascos. Cuando se hace un proyecto con coherencia se rechaza porque lo han hecho otros y en lugar de procurar su mejora, si es posible, se elimina.
En Madrid la suspensión de facto, al suspender el sistema de multas a partir del 1 de julio, supone un claro retroceso, en la mejora de la calidad de vida de las personas y en la pretensión de hacer una ciudad más saludable. Aunque esta decisión pueda suponer, incluso, importantes multas de la Comisión Europea
No hay ninguna justificación para esa decisión, porque tampoco ha disminuido la actividad comercial, como se pretende hacer creer, sino todo lo contrario, se ha incrementado, haciendo de la Gran Vía de Madrid una de las calles más transitadas de Europa.
El problema, en el fondo, viene del auge de los negacionistas del cambio climático, entre ellos Donald Trump, que a base de tergiversar los hechos científicos y sacar conclusiones que rozan el esperpento, están causando un daño irreparable, por su influencia en dirigentes con gran número de dioptrías, en su miopía política, como es el caso del nuevo alcalde de Madrid.
La actividad económica, en los últimos 50 años, se ha desarrollado sin una planificación ordenada, el único objetivo era “pegar un buen pelotazo” y a la frase de “vive el momento”, se le añadía el apellido de “los que vengan atrás que arreen”, sin preocuparse realmente por los daños medioambientales que esa actitud está causando, y va a causar, en las generaciones futuras. En el fondo el rechazo a las medidas que procuran frenar el calentamiento global, se debe a la idea que estas medidas mermarán sus beneficios a corto plazo, y por tanto, el mayor rendimiento económico se obtiene con una actividad económica desenfrenada y sin control.
Estamos ante un retroceso catastrófico, al que es necesario poner freno, si no queremos lamentarlo.